Las historias familiares que faltan en las fotografías mexicanas
Emilia Sánchez González, pasante del Museo Getty, ahonda en su herencia asiático-mexicana

Retrato de mujer y hombre sentados, alrededor de 1850. Daguerrotipo coloreado a mano. Museo Getty, 2015.20.3
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Los seres humanos somos criaturas sociales.
Constantemente, buscamos entablar vínculos con las personas y el mundo que nos rodea. En lo que respecta al arte, a menudo nos sentimos atraídos por las obras que expresan sentimientos y experiencias que hemos vivido. Este deseo de reconocernos en el trabajo de otras personas responde, en esencia, a una necesidad de conexión, de constatar que no estamos en soledad en nuestras luchas, nuestras preocupaciones y nuestros sueños.
Una de mis primeras tareas como pasante de posgrado del Departamento de Comunicaciones y Asuntos Públicos del Museo Getty consistió en revisar las traducciones al español para la exposición en línea Fotografía mexicana temprana.
La colección incluye daguerrotipos del siglo XIX (fotografías en placas de cobre recubiertas de plata), ambrotipos (fotografías en vidrio) y ferrotipos (fotografías en metal recubierto de esmalte o laca). Son retratos diminutos, guardados en estuches y enmarcados como recuerdos familiares, que fueron pensados para ser llevados por los seres queridos cuando están lejos.
Me identifiqué de inmediato con la exposición porque me interpelaba como mexicana e inmigrante que vivía lejos de su familia.
La muestra nos remonta a una época de la historia de México en la que la fotografía era una tecnología nueva. El proceso fotográfico de Louis-Jacques-Mandé Daguerre llegó a México en 1839, solo unos meses después de que estuviera disponible para el público en Francia.
Pero hacerse un retrato en el México del siglo XIX era un lujo inalcanzable para la mayor parte de la población. Solo la élite podía permitirse esta oportunidad única en la vida.
Programé una visita a la sala de estudio del Departamento de Fotografías del Museo Getty para ver las obras en persona. La asistente de curaduría Carolyn Peter trajo un carrito con estuches organizados con cuidado y examinamos una a una las 72 imágenes de la colección. Hablamos sobre la investigación que realizó Peter para la exposición en línea y sobre el gran valor que debieron haber tenido estos retratos en el momento de su creación.
Desarrollo de conexiones personales
En México, la identidad étnica tiene sus raíces en el concepto de mestizaje, la mezcla de sangre indígena y europea. Al insinuar que toda la población comparte un pasado homogéneo, el discurso del mestizaje ha invisibilizado problemas de racismo que son dolorosamente evidentes en la sociedad.
Debido a sus precios prohibitivos, en la mayoría de las fotografías de la época se retrataba a personas europeas o de ascendencia más que todo de Europa y esta colección no es la excepción. Vemos niños y niñas de piel clara y mejillas rosadas, con algunos retoques del fotógrafo que enfatizan sus “rasgos europeos”.
Una gran mayoría presenta la piel clara y los ojos azules de mi abuela, y son impactantes los escasos ejemplos de personas de piel más oscura y aquellas con rasgos indígenas; me hacen pensar en la huella indígena ignorada o perdida que falta en mi familia y en muchas otras, tal vez porque se la consideraba indeseable. En la actualidad, la sociedad mexicana continúa luchando contra un racismo muy arraigado, que se evidencia en expresiones corrientes como “mejorar la raza”, que significa “formar una familia con alguien de piel más clara”.
Historias perdidas
Después de ver la exposición, llamé de inmediato a mis padres, que viven en Guadalajara. Comprendí lo que había estado buscando —los rostros ausentes de mis antepasados— y le pedí a mi papá que me contara de nuevo la historia de su familia. Mi bisabuelo emigró de la provincia de Guangdong, en China, hacia 1890. Llegó siendo adolescente al estado de Sinaloa, en la costa norte del Pacífico mexicano, escondido en un barco de carga con su hermano. Atraída por la fiebre del oro, mucha gente llegó a California para trabajar en las minas y ayudar a construir los ferrocarriles. A otras personas las reclutaron en la costa como jornaleras y las llevaron, engañadas o a la fuerza, al Caribe, a Centroamérica y a América del Sur.

Retrato de los bisabuelos de la autora, Miguel Sánchez y Teófila Delgado, en su boda, cerca de 1915, en México
Foto: de la colección de la autora
Desde el siglo XVII, la gente migraba de China a México gracias a la ruta comercial transpacífica de Manila a Acapulco (conocida como el Galeón de Manila). Pero la migración masiva se produjo a finales del siglo XIX, cuando México fomentó la inmigración y una gran cantidad de población china huyó de la corrupción, el hambre y la guerra en su país. Después de que la Ley de Exclusión de 1882 suspendiera la inmigración china a los Estados Unidos, México se convirtió en una opción atractiva. Muchos jóvenes chinos se instalaron en los estados del norte de México y formaron familia.
Si bien estos hombres comenzaron como jornaleros en las minas y en el ferrocarril, se convirtieron rápidamente en comerciantes. Gracias al trabajo arduo, la vida austera y el apoyo de sus comunidades fueron exitosos en sus emprendimientos y llegaron incluso a ser los mayores distribuidores de alimentos de la costa oeste mexicana durante la década de 1920. Al principio, los negocios chinos eran bienvenidos, pero su éxito también generó un sentimiento antiasiático. Los gobiernos locales, particularmente en el estado de Sonora, iniciaron agresivas campañas políticas con el fin de desarticular las resilientes comunidades chinas. Las décadas de 1930 y 1940 estuvieron marcadas por la expulsión masiva del país de familias chinas y mexicano-chinas.
Para sobrevivir, muchas familias adoptaron nombres hispanos y ocultaron cualquier indicio de su ascendencia. Se vestían con ropa mexicana y solo hablaban en español. Mi bisabuelo es un ejemplo de esta aculturación forzada. Sustituyó el apellido Liu por Sánchez y llevó una vida laboral modesta. Desconocemos gran parte de la historia de su vida, incluso su nombre completo. Mi abuelo —su hijo— nunca aprendió cantonés y evitaba hablar de su ascendencia, lo que dejó a las siguientes generaciones con muchas incógnitas.

Foto de integrantes de la familia paterna de la autora tomada alrededor de 1945 o 1950. En el medio, están sentados el bisabuelo y la bisabuela de la autora. Alrededor están sus tías abuelas, su tío abuelo, y sus hijos e hijas. De la colección de la autora
Los estudios sobre poblaciones históricas asiático-mexicanas han sido impulsados básicamente por especialistas en investigación como la Dra. Evelyn Hu-DeHart y por universidades de los Estados Unidos, en especial aquellas ubicadas en los estados fronterizos, donde se entrelazan las historias de las poblaciones chino-estadounidenses y chino-mexicanas. Recién en los últimos diez años, el estudio del mundo asiático-mexicano está en auge gracias a la creación de redes de investigación en la Universidad Nacional Autónoma de México, el Colegio de México y la Universidad de Guadalajara.
Las pequeñas reliquias familiares presentadas en la exposición Fotografía mexicana temprana me inspiraron a reflexionar sobre diversos temas vinculados a la historia, la identidad y la producción artística. Ojalá que otras personas se inspiren igual para descubrir los misterios de su ascendencia.

La familia Sánchez-González en Chapala, en el estado de Jalisco, en México, en 2018. De izquierda a derecha: el padre de la autora, José Antonio Sánchez Armenta; la madre, Blanca Elisama González Castro; la autora; su hermana, Eunice Sánchez González; y su hermano, José Antonio Sánchez González. De la colección de la autora
Seguimos investigando las historias de las personas retratadas que aparecen en nuestra exposición y nos encantaría escuchar cualquier información que pueda compartir sobre ellas. Contáctenos por correo electrónico a photographs@getty.edu.